Cuando hemos cedido a la tentación, una de las primeras cosas que nos preguntamos es si Dios aún nos ama. Saber que él sigue ofreciéndonos el perdón nos da consuelo y confianza.
El perdón es la piedra angular del mensaje de salvación. Dios nos amó tanto que envió a su Hijo a este mundo para que muriera por nosotros y nos diera vida eterna (Juan 3:16).
Jesucristo hizo lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos: pagar la deuda de todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Una vez que su sangre nos limpia, la mancha del pecado queda borrada para siempre. Todos los que se convierten a él pueden esperar lo mismo.
Para que el perdón de Dios pueda tener efecto necesita de dos cosas: pecado que haya que perdonar y Alguien que perdone al culpable. Jesucristo es nuestro abogado ante el Padre (1 Juan 2:1).
Cuando nuestro enemigo nos acusa de haber pecado, Cristo sale en nuestra defensa y declara su amor eterno y fiel hacia nosotros.
No hay pecado que sea mayor que el perdón de Dios. Una vez que recibimos el perdón de Dios, él nos restaura y nos infunde esperanza en todo aspecto de nuestra vida.
Podemos regocijarnos en el hecho de que no hay poder mayor que el amor de Dios hacia nosotros.
Busquemos en estos días la confesión no con un hombre comun y corriente sino con el sacerdote representante de Cristo.