"Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor" (2 Coríntios 3:18).
Un hombre venía dirigiendo el carro en dirección a su casa.
Sintiendo que un algo estaba equivocado, pisó en el freno en la tentativa de parar el auto pero sin éxito. Felizmente venía bien despacio y la calle era de poco movimiento. Y él echó el carro para el bordillo y consiguió hacerlo parar.
Examinando el carro para ver si detectaba el problema, constató que el mecánico, al arreglar los frenos, olvido de cambiar un tornillo que también estaba defectuoso. Un accidente serio podría haber acontecido simplemente a causa de un pequeño tornillo.
Muchas veces juzgamos que nuestra vida espiritual está firme en el Señor porque grande parte de ella ha sido transformada. Muchas cosas han sido cambiadas y lo que permanece de la vieja naturaleza no tiene mucha importancia.
¡Estamos muy engañados!
Como todos sabemos, no es una grande roca que hace una persona trompezar y caer, pero las pequeñas piedras, en medio al camino, que están delante de nosotros y ni percibimos. Son las pequeñas cosas y no las grandes que nos alejan de Dios y impiden que disfrutemos, en toda su plenitud, de las bendiciones por Él preparadas para nosotros.
El verdadero discípulo de Cristo no puede, al mismo tiempo, presentar los frutos del Espíritu y los de la carne. O somos espirituales o somos carnales. Si vamos a la iglesia en todas las reuniones, si leemos la Biblia y damos el diezmo, si cantamos o colocamos nuestro radio en alabanzas al Señor, pero continuamos arrogantes, o deshonestos, o egoístas, o sin amor para con el prójimo, nuestra fe es nula y nuestra vida con Dios tiene problemas.
Si apenas un pequeño tornillo de nuestro engranaje espiritual esté con defecto, la posibilidad de nuestra vida si desgobernar y perder el control es muy grande. El ideal es que mantengamos nuestro corazón en perfecta comunión con Dios, pidiendo a Él que haga una examen constante en nuestras actitudes para que no corramos el riesgo de perder el rumbo, sufrir un accidente espiritual y, así, salir del camino de la bendición y de la felicidad eterna.